¿Qué carajos pasa en este país? Me pregunto, y de inmediato noto lo juvenil que suena eso. Y es que los viejos pensaron en lo mismo durante sus años de esperanza, de irritabilidad ante las injusticias, de rebeldía y fuerza, pero al paso del tiempo (y con la indiferencia que causa la monotonía) dejó de tener sentido repetirse la pregunta y siempre obtener la misma respuesta.
¿Qué carajos pasa? Pasa corrupción, trampa, tranzas, negocios oscuros, acuerdos copulares, favoritismo, pobreza, nepotismo, ignorancia, abuso de poder, impunidad, desigualdad, discriminación, burocratismo, hueva, deslealtad, traición, pereza, inmovilidad, alienación, desinterés, represión, atraso, subdesarrollo. Eso pasa. Pero por qué, ¡por qué!, me sigo preguntando mientras aun me quedan fuerzas.
Y es que en realidad esos no son problemas, sino síntomas.
En la Semana de la ciencia y la innovación 2009, que se llevó a cabo en la Ciudad de México, los ponentes expusieron de forma clara y contundente la importancia de tener una sociedad, si no científica como tal (pues “qué aburrido sería”), al menos con un entendimiento básico de la ciencia.
Cómo querer que se cuide el agua, si no se entiende su importancia y los proceso que tiene; cómo tener una ciudad más limpia, si no se dimensionan los daños al medio ambiente; cómo combatir la obesidad, si no hay un entendimiento de lo que son los carbohidratos y las calorías, de cómo el cuerpo los procesa y cómo podemos combinarlos de forma adecuada, se preguntó el investigador del Cinvestav, del IPN, Ricardo Cantoral.
Y como él, otros tantos lo dijeron. Demostraron con estudios internacionales, investigaciones científicas e incluso con anécdotas, los beneficios de mejorar la educación. Pero también demostraron que no se necesitan los grandes cambios sino simple voluntad. Y es algo que ya sabemos todos. Y también sabemos que el sindicato es una bazofia y las reformas educativas han sido una gran farsa. ¡Pero por qué! ¡Carajo! Por qué si todo el mundo lo sabe los políticos no hacen nada al respecto.
También hace algunos días leí un ensayo titulado Comunicación, gobierno y ciudadanía del doctor Josep Rota, donde dice que una participación ciudadana de manera más directa en las decisiones de gobierno, mediante una adecuada estrategia de comunicación, es la forma más eficiente y eficaz para lograr el progreso de un país.
Y enumera otros puntos para lograrlo: retroalimentación con el gobierno, políticas sociales incluyentes, beneficios directos en las comunidades por el pago de impuestos, inclusión de diversos medios de comunicación, facilitación de la información gubernamental a los ciudadanos, continuidad en los proyectos de la administración pública.
Otra vez cosas obvias que casi podrían resumirse en: honestidad, igualdad y compromiso con (para y desde) la ciudadanía. Pero no, los funcionarios públicos que la minoría de los mexicanos elige (pues simplemente de los que pueden votar, menos de la mitad lo hacen) parecen pertenecer a una clase dorada, semidioses del Congreso que no sufren las mismas penas de los demás. Se han alejado tanto de uno, que ya no representan a nadie más que a sus intereses.
Pero también, hay que decirlo, nosotros las personas de a pié, sufrimos de una apatía que desmoralizaría hasta a Hitler o el Che.
Ahora me temo que esto quedará sólo en papel, como quedaron los escritos de viejos. Me temo que todo seguirá igual. Que al paso del tiempo me cansaré de decirlo y que otros atrás de mí lo dirán.
Por favor, lector, no me deje envejecer.
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