noviembre 22, 2010

Lugar de Mariposas

Por César Martínez

“La vida no es lo que uno vivió
sino lo que uno recuerda y
cómo la recuerda para contarla”

Gabriel García Márquez
en Vivir para contarla

Los ancianos de San Miguel Papalutla, en Oaxaca, rondan los noventa años de edad. Este pueblo, casi fantasma, revive cada año con la festividad del segundo viernes de cuaresma. En el año 2009 tuve la oportunidad de charlar con los viejos –familiares míos la mayoría de ellos– y fui consciente de la memoria colectiva que está a punto de perderse, recuerdos que son el único archivo histórico que tiene este pueblo, y que bien podría reflejar el (sub)desarrollo de todo México.

Papalutla tiene problemas agrarios desde su concepción y apenas terminaron el 20 de noviembre de 2010. Está lleno de leyendas. La revolución pasó por este pueblo, dejando heridas que hasta nuestros días persisten. Cuenta con tradiciones coloridas. Su decadencia se debe, según los papalutecos, al soborno que otro pueblo, San Marcos Arteaga, hizo a funcionarios públicos, con lo que la la carretara federal que llega a Tonalá dejó de pasar por Papalutla.

Hoy en día, como he dicho, está a punto de perderse esa memoria colectiva. Los mismos paisanos han intentado, de forma aislada e infructífera, crearse una historia. La versión aceptada por la mayoría es la que escribió Juventino Cruz Torres en 1988: un texto de 23 páginas que cuenta con los sellos oficiales del pueblo y que se titula Historia general y pública de mi pueblo San Miguel Papalutla, Huaj. Oax. Aunque también hay memorias de Gilberto Cisneros Vélez (http://www.myspace.com/papalutla). Pero es tan fallido el intento que casi ninguno de mis contemporáneos saben que en este pueblo se dice que se escondió Vicente Guerrero durante la guerra de independencia; que la revolución zapatista saqueó Papalutla (y en lo personal que ahorcaron a mi tatarabuelo por no tener lista la barbacoa); que el General Lázaro Cárdenas del Río, ya en sus postrimerías, le resolvió a Papalutla algunos problemas de desarrollo.

Es por eso que este texto pretende recopilar las versiones de estos dos papalutecos, comparar las historias y resaltar aquellos puntos de coincidencia; pero también habrá que sumarle los relatos de otros paisanos, recuerdos sueltos de los que no hayan versiones que los contradigan. Comparar los datos con archivos históricos. Darles un contexto nacional.

De este modo se podrá dar una historia más uniforme a San Miguel Papalutla y rescatar la memoria colectiva para futuras generaciones. Además de comprobar que la historia de un pueblo aislado puede reflejar la historia de todo México: caciquismo, promesas incumplidas por parte de las autoridades, una pelea agraria que se prolongó hasta nuestros días, sobornos, corrupción, pobreza, pérdida de tierras de cultivo, subdesarrollo, pero también la fiesta por la fiesta, miles de pesos gastados en las liturgias anuales, migración.

LUGAR DE MARIPOSAS, SU FUNDACIÓN

Se estima que San Miguel Papalutla fue fundada entre 1830 y 1835, apenas diez años después de la firma del Acta de Independencia del Imperio Mexicano. Cuentan que los “primeros pobladores fueron originarios del pueblo de Santo Domingo Yolotepéc”, según una recopilación de los textos del señor Juventino, titulado San Miguel Papalutla 1905-2005. Estos primeros habitantes llegaron al paraje conocido por El Mezquite y luego se trasladaron a El Cuajilote, donde comenzaron a buscar agua dulce, encontrándola entre las barrancas de La Cañada y El Aguacate.

De este lugar nace el nombre del pueblo, cuenta don Juventino, pues “había mucho papaloquelite, o sea la planta alimenticia la cual conocemos” comúnmente por pápalo. Había además mucha mariposa. Por eso el nombre de Papalutla, “lugar de mariposas” en náhuatl, o mexicano, como le dicen a esta lengua los ancianos que la hablaron fluidamente y que hoy en día sólo les quedan recuerdos de algunas palabras asiladas.

La orientación topográfica de Papalutla quiero dejarla tal como la escribió en 1988 don Juventino:

Nuestro pueblo está vigilado por centinelas naturales y eternos, como son: por el oriente, o sea por donde sale nuestro Rey Sol, se encuentra el Cerro Colorado, por el poniente la Loma del Conejo y la Loma del Águila, por el norte se hallan el Cerro de la Cruz y la Loma del Abrojo, y por el sur se encuentran dos cerros históricos: el Cerro de la Calavera […] (y) el Cerro de la Campana.

En el primero de estos cerros, el de La Calavera, es donde acampó el general Vicente Guerrero en tiempos de la independencia, pues dicen los papalutecos que era conocido como el Cerro Papalotla. Esta idea no suena tan lejana de la realidad, pues he encontrado la versión digitalizada del libro Resumenhistórico de la Revolución de los Estados Unidos Mejicanos (http://cdigital.dgb.uanl.mx/la/1080012736/1080012736_26.pdf), escrito por Pablo de Mendibil en 1828, donde se cuenta cómo Vicente Guerrero anduvo por Oaxaca, por la zona de la Mixteca, donde está Papalutla, y que “Guerrero contramarchó entonces por la orilla del río de Tecachi hasta el cerro de Papalotla, donde campó desentendiéndose de Rosainz”.

En el Cerro de la Campana, han encontrado vasijas, instrumentos de música y una campana. Objetos que se cree pertenecieron a un poblado que desapareció, quedando sólo las ruinas de sus casas, y de cuyos habitantes no se tiene memoria, ni por los papalutecos, ni por ningún habitante de otro poblado vecino. Sin embargo dicen que se fueron porque animales salvajes mataban a muchas personas. Pueblo Viejo, es el nombre con el que se le conoce a estas ruinas. Y cuentan que en la cúspide del Cerro de la Campana está la Cueva del Ladrón, donde se encuentra escondida esta campana, la cual, si se presta atención, en los días de Semana Santa se puede oír sonar.

Continuando con la fundación de Papalutla, se dice que fueron las familias Cisneros, Rosales, Olivera y Arias las que, ya asentadas, decidieron fijar por nombre el de San Miguel Papalutla, para sí estar acorde con la religión católica.

Desde entonces hay conflictos agrarios, pues primeramente se asentaron en tierras pertenecientes a Santo Domingo Yolotepéc, hasta que en 1894 el Ayuntamiento de Huajuapan de León le otorgó las escrituras que acredita a la comunidad como legítimos propietarios de sus tierras. Sin embargo, Huajuapan le impuso a Papalutla una cooperación anual que se terminó hasta 1949. Por su parte y cinco años antes, en 1944, Santo Domingo Yolotepéc pretendió recuperar esas tierras, con lo cual se inició un conflicto en el entonces Departamento de Asuntos Agrarios y Colonización, hoy Reforma Agraria, mismo que terminó hasta el 29 de septiembre de 1969, con la resolución del presidente Gustavo Díaz Ordaz a favor de Papalutla.

En 1927 Papalutla compró el paraje Encinos Largos “a los caciques de Santo Domingo Tonalá, llamados Marcos Moya y Librado Ríos […], por lo que es muy necesario dar a conocer a nuestra juventud que nuestra legítima jurisdicción consta de 3’947 hectáreas”, según los escritos de don Juventino.

Pero ahí no termina el conflicto agrario. Con la compra de Encinos Largos algunos papalutecos se separaron del pueblo para instalarse en las orillas, pero aun en tierras comunales de Papalutla. Ellos son conocidos hoy en día como Cerro de Agua, y desde su separación no aportaron ni sus servicios a la comunidad ni las cooperaciones para el pueblo, por lo que en la resolución presidencial del 69 no aparecen como beneficiarios de las tierras entregadas a Papalutla, los cual molestó sobremanera.

Decidieron impugnar la resolución en el 70. Desde ahí comenzó un conflicto que terminó a finales de 2010.

EL SOBORNO Y LA DECADENCIA

Por otro lado, se puede decir que la decadencia de Papalutla se dio en un acto de soborno.

Los papalutecos, en 1942, construyeron a fuerza de pico y pala una calle de 9 kilómetros, rasgando la falda de los cerros hasta el paraje Encinos Largos. Esto con la ilusión de que por ahí pasara la carretera hacía Tonalá, pero cuentan los ancianos que el poblado de San Marcos Arteaga sobornó a las autoridades para que cambiaran el proyecto original, que contemplaba comunicar a Papalutla, para que mejor pasara por San Marcos.

Hoy en día San Marcos es una colorida población que creció a orillas de la autopista federal, mientras que para llegar a Papalutla hay que recorrer por media hora un reptante camino de terracería que bordea un barranco.

EL SEÑOR DEL DIVINO CONSUELO

Otra fecha histórica para los pobladores de San Miguel Papalutla es el 30 de enero de 1905, fecha en la que se recibió “la efigie del Cristo crucificado en el paraje denominado Cerro Colorado”.

A la figura se le conoce como el Señor del Divino Consuelo. Fue comprado por la llamada Sociedad Agrícola, que ante el gobierno representaba a los terrenos de Papalutla.

Cuenta don Juventino que la madera con la que se construyó la cruz en la que yace crucificado este Cristo “fue sacada de una de las cañadas del paraje Portezuelo Hondo, y extraído del árbol que llamamos Ocote”.

La figura fue esculpida por el artista Guadalupe Pastrana, oriundo del poblado Chila de las Flores, en Puebla.

Durante 31 años celebraron cada aniversarios del Divino Consuelo el 30 de enero, hasta que en 1936, con la modernización de la iglesia, las autoridades eclesiásticas determinaros que ese festejo debía darse dentro de la cuaresma fijando así el segundo viernes de cuaresma como fecha litúrgica para venerar la imagen.

Año con año, la festividad revive al pueblo, mismo que actualmente consta con aproximadamente 90 habitantes, pero en cuaresma llegan a más de 450 personas. En esta fiesta el ambiente es muy relajado, pues el 80% de las personas seguramente son parientes de sangre, 10% familiares políticos y el resto amigos y vecinos de los poblados cercanos.

Entonces el pueblo es adornado con flores desde el miércoles, porque desde entonces comienza la fiesta. Para el mero viernes ya hubo jaripeo, baile con música de viento, toritos de lumbre y mucha cerveza. Luego sacan de la iglesia al Señor del Divino Consuelo, una cuarteta de hombres lo cargan en los hombros mientras recorre la única calle principal del pueblo. Las demás personas esperan a los extremos del camino, rezando. La efigie recorre lenta y solemnemente Papalutla y termina en la iglesia, donde permanecerá hasta el próximo año.

Los ancianos dicen que en épocas de la revolución el Señor del Divino Consuelo sudaba como si estuviera vivo.

La fiesta sigue hasta el domingo, y es en este contexto donde siempre se escuchan leyendas, anécdotas y explicaciones. Animadas por el gusto de verse, las familias se reúnen y comienzan a contar.

LAS NUPCIAS

Mis abuelas, paterna y materna, cuentan cómo se casaron:

La fiesta era para todo el pueblo. Y el novio debía regalar no un vestido de novia, ni dos, sino todos los que pudiera comprar, porque era una forma de medir la importancia de las nupcias.

“Cada vestido valía una fortuna”, dicen mis abuelas sin poder medirlo en pesos actuales, y sólo refieren que con cinco mil pesos de ese entonces ya tenías solucionada tu vida.

Durante la boda, las señoras hacían una especie de pasarela de modas, porque se cambiaban y lucían cada uno de los vestidos regalados por el novio. Pregunto entonces cuántos vestidos le dio mi abuelo Damián, Lola sólo sonríe.

También me hablan de la revolución. Amalia cuenta que cuando los veían venir, las mujeres eran escondidas en cuevas para evitar que los zapatistas se las llevaran o las violaran. Aunque recuerda que su prima fue tomada. El padre de esta mujer quiso rescatarla pero fue encañonado, ante lo cual su hija le dio que no se preocupara, que ella se iba con la revolución y volvería cuando terminase. Nunca regresó.

Además recuerda que cuando se enteraron que los zapatistas se llevaban las campanas de las iglesias para forjar las balas de cañón escondieron las de Papalutla.

Por su parte, Lola recuerda que los rebeldes le encargaron a su abuelo un chivo en barbacoa para la mañana del siguiente día. Cuando regresaron y encontraron el horno aun cerrado y los platos vacíos, decidieron ahorcar a mi tatarabuelo.

Historias como estas son las que dan vida al pueblo. Aquí hay narradores innatos, contadores de historias que si de literatura se tratase los clasificaría en el realismo mágico. Subí al cerro del Abrojo, y en el camino un pastor viejo y casi ciego me interceptó. Guiaba a las cabras con ayuda de unos perros. Me reconoció cuando le dije que era el hijo de César Martínez. Entonces me contó qué él siempre ha estimado mucho a mi padre, que una vez, cuando César estaba borracho, alguien le iba a pegar por la espalda, inmediatamente él brincó y derribó al agresor antes de que diera con la nuca de mi padre.

No es por presumir –dijo– pero en mi familia somos muy fuertes; mi padre podía levantar a dos hombres, uno en cada mano, así, y luego ¡plaf!, aventarlos sin ningún esfuerzo, como si fueran muñecos de trapo. Añadió una carcajada de emoción.

Narraciones e historias hermosas que en voz de los propios ancianos toman un significado más importante, más a licor añejo. Ver sus ademanes vigorosos como sus recuerdos, pero con la tierna torpeza del anciano, es muy emotivo.

Poder reconstruir la historia de un pueblo a través, principalmente, de la memoria de sus ancianos no es una empresa fácil, pero seguro debe valer la pena.