febrero 08, 2009

COLUMNA DEL OCE

La ruta natural
Del periodismo objetivo al periodismo de denuncia

I.

Resulta un lugar común, al menos dentro del mundo del periodismo, la idea de que dicha profesión (u oficio) debe de ser objetiva. Tal vez la misma idea también se encuentre presente en el subconsciente del consumidor de noticias: aquella persona que compra un diario en la mañana para ponerse al tanto de la información más reciente y trascendente busca un enfoque sin tendencias, directo, simple y objetivo… Nada más lejos de esto.

La objetividad es sólo una herramienta de trabajo. Permite posicionar al lector en el lugar y en el momento preciso. Le infunde a la información orden y le da pies y cabeza. Únicamente.

La subjetividad, en cambio, le infunde a la información el soplo de vida. Aquello que le da sentido, coherencia y razón de ser.

Ambas herramientas, objetividad y subjetividad, empleadas equitativa y concientemente, permiten que el diario acontecer no sea un mero conglomerado de respuestas fáciles a las ya clásicas preguntas fáciles: ¿qué?, ¿cómo?, ¿cuándo?, etc. Ambas herramientas plantean una posibilidad asombrosa: No sólo informar, sino denunciar.

Surge inmediatamente la gran paradoja periodística y la pregunta de ley: ¿Debe el periodismo (y el periodista) ser objetivo?

Duda necesaria al tratar de entender al oficio como una herramienta no sólo de transmisión de datos, de fechas, de sucesos históricos, de números y nombres de personas, sino como una posibilidad de denuncia.

El diccionario panhispánico de dudas de la Real Academia Española menciona que “denunciar” es notificar de algún delito o irregularidad.

Aparentemente la carga simbólica es negativa, pues la palabra refiere a acciones punibles, delictivas, malas. Sin embargo, todo lo contrario, el ejercicio de denunciar es positivo.

Se puede denunciar para hacer conciencia, para corregir un error (simple o grave), para conseguir una mejor calidad de vida, para encerrar al delincuente o al corrupto, para solucionar problemas.

Se debe denunciar para someternos al ejercicio ético de buscar y luchar por el bien común por sobre el bien particular, pues, por añadidura, al encontrar y conseguir el primero, se verá satisfecho el segundo.

Y así, una vez que el ojo hábil, ágil, activo y curioso, logra conjugar la capacidad de asombro, la capacidad de análisis, la capacidad de investigación y la virtud de ser uno y hacerse uno con quienes lo rodean y con su entorno, el trabajo periodístico no solamente será de gran valor estilístico, histórico o literario, sino también tendrá un profundo valor social, cosa que no está peleada por ningún motivo con la objetividad y con el ofició de transmitir información.

II.

A manera de colofón, resulta ocioso, pero necesario, recalcar que México encabezó el año pasado la lista de periodistas asesinados o fallecidos por motivos relacionados con el ejercicio de su profesión, en crímenes ejecutados por bandas relacionadas al narcotráfico.

A nivel mundial, Reporteros Sin Fronteras destacó que 2005 fue “el más asesino”, de los últimos diez años, para los periodistas. Mataron a 63 informadores y a cinco colaboradores de medios de comunicación.

Al menos 807 fueron detenidos, más de mil 300 agredidos o amenazados, y al menos 1006 medios de comunicación censurados. Cerca de un tercio de la población mundial vive en países en los que no existe libertad de prensa.

Reporteros sin fronteras aún no emite un informe sobre los colegas caídos durante el ejercicio de su deber el año pasado, sin embargo las cifras serán muy parecidas a las del 2005, por lo menos en México.

Con esto en mente, usted, querido lector, querida lectora… ¿se atrevería a ser periodista?... ¿se atrevería a denunciar?

Desde la redacción, Ocelote.