abril 29, 2009

Pequeños ciudadanos de dos clases*

Por Eileen Truax
Post publicado en su blog de migrantes en El Universal

Foto: Manifestantes en protesta por la deportación de Elvira Arellano. AP



Conmovedora, la imagen: los presidentes de Estados Unidos, Barack Obama, y de México, Felipe Calderón, caminando por una alfombra roja en Los Pinos durante la visita del primero a México, mientras decenas de niños agitaban banderitas de ambos países y aplaudían, y saludaban al visitante.

Un poco más tarde, mientras Obama daba su discurso, se supo que los niños elegidos para presenciar la llegada de Obama eran alumnos del Colegio Americano y del Westhill Institute, ambos en la Ciudad de México. Muchos de estos niños son nacidos en Estados Unidos o hijos de padres estadounidenses, por lo cual cuentan con esta ciudadanía. Durante el evento, los niños escucharon el Himno Nacional de Estados Unidos con la mano colocada sobre el pecho, como es la costumbre en ese país.

Sin embargo otros niños, también estadounidenses, no tuvieron un sitio de honor durante la visita de Obama. Fue el grupo encabezado por la activista migrante Elvira Arellano, deportada en 2007, y su hijo Saúl, ciudadano estadounidense, quienes acompañados por otros niños y jóvenes en la misma situación, hijos de padres deportados, realizaron una protesta frente a la Embajada de Estados Unidos en México mientras Obama visitaba Los Pinos.

El grupo, conformado por activistas de las organizaciones Familia Latina Unida sin Fronteras, Movimiento Migrante Centroamericano, y Nuestros Lazos de Sangre, entregó una carta dirigida a Obama en la cual los niños pidieron que, en nombre de la unidad familiar, cesen las redadas y las deportaciones en Estados Unidos mientras llega el momento de que el Congreso discuta una posible reforma legislativa en materia de inmigración, ofrecida por la propia Casa Blanca hace apenas unos días.

Un reporte del Pew Hispanic Center dio a conocer a principio de este año que más de 112 mil padres de familia migrantes han sido deportados desde Estados Unidos hacia sus países de origen durante la última década, lo que ha dejado sin un padre, o sin los dos, a más de medio millón de niños estadounidenses.

De acuerdo con datos del Departamento de Seguridad Interna (DHS), 37% de estos padres de familia ya habían sido deportados alguna vez, pero habían reingresado al país ilegalmente para poder estar con sus hijos. Otro reporte, realizado en 2007 por The Urban Institute, indica que los niños cuyos padres han sido arrestados durante redadas en centros de trabajo, quedando abandonados en guarderías y escuelas, o al cuidado de familiares y amigos, presentan daños psicológicos y emocionales irreversibles.

El tema de los derechos de los niños nacidos en Estados Unidos a vivir en su nación en companía de sus padres ha sido largamente debatido. En aras de mantener la unidad familiar, los grupos activistas han exigido que se instauren mecanismos que permitan a los padres indocumentados permanecer en el país, para que los niños que tienen el derecho a vivir en él por nacimiento, no queden fuera del núcleo familiar. Como respuesta, los grupos conservadores han impulsado medidas radicales en el sentido opuesto, buscando que se elimine el derecho a la ciudadanía estadounidense para los hijos de inmigrantes indocumentados nacidos en Estados Unidos.

Mientras los jaloneos políticos y legislativos siguen su curso, como lo han hecho durante años, estos chicos continúan siendo los afectados. Sus opciones son dos: o permanecer en el país que los vio nacer y crecer, el ·único que conocen, el que les puede brindar la estabilidad y seguridad a la que tienen derecho, o renunciar a él para poder ir a vivir al lado de sus padres en los países que los obligaron a migrar un día por la falta de oportunidades, y en los cuales, en la mayoría de las ocasiones, la situación es igual o peor que cuando decidieron abandonarlo.

Este último es el caso de la familia Arellano. Tras haber vivido durante 11 años en Chicago, y permanecido durante un año en Santuario, un templo de esa ciudad para evitar ser detenida por los agentes de inmigración. El día en que Elvira Arellano decidió salir y fue detenida. El arresto se hizo en Los Ángeles, en presencia de su hijo; Elvira fue llevada a Tijuana, en donde las cámaras de los medios mexicanos captaron la imagen de esta mujer saliendo sola, en medio de la noche y sólo con lo que traía puesto, por la puerta trasera del país en el que dejó el trabajo de sus años más productivos.

Hoy Saúl Arellano, de once años de edad, vive en Michoacán, en donde va a la escuela y trata de adaptarse a un país que aún le resulta extraño. Como los otros niños en su situación, Saúl no es bienvenido en las ceremonias oficiales estadounidenses, ni es invitado a agitar banderitas cuando llega Obama.

A diferencia de esos niños de los colegios para hijos de estadounidenses, si Saúl regresa a su país, no puede hacerlo con su madre. Y a diferencia de quienes aplauden a los presidentes caminando sobre alfombras rojas, lo que Saúl y los otros niños presentaron ante ambos gobiernos, no fue un aplauso, sino un reclamo de que cualquier negociación entre naciones considere primero el bienestar de todos los niños con doble nacionalidad, independientemente del estatus migratorio de sus padres. Porque en las democracias, se supone, no existen ciudadanos de dos clases.

Eileen Truax: "Estudié la carrera de Comunicación Social y la maestría en Comunicación y Política en la UAM-Xochimilco. Durante 10 años ejercí el periodismo en México, especializándome en la cobertura de temas políticos y movimientos sociales. Soy reportera para el diario La Opinión, y pertenezco a una comunidad de periodistas en 11 ciudades del mundo que componen la revista-blog Mundo Abierto.

En Estados Unidos me he dedicado a la cobertura de comunidades de mexicanos en el exterior, asuntos relacionados con inmigración."


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