marzo 18, 2009

La ciudad del caos y sus criaturas fantásticas

Recorro esta ciudad del caos. El Metro podría ser la versión moderna del infierno. Túneles enmarañados laberintescamente, escaleras ordenadas cual pintura surreal, gusanos naranjas engullendo a más de mil 400 millones de personas cada año, bien cocinadas al vapor del subsuelo.

Aquí los hombres buscan desesperadamente saciar la lujuria de su sexo, misma que es tan conocida y evidente que deja lo concupiscente para ser simple vulgaridad. Los machos entablan peleas feroces, con miradas de muerte y codos de hierro, con tal de arrimarse a las mujeres, sentirlas lo más estrechas posibles, las manos siempre abajo, las miradas aparentemente perdidas, pero las desvisten y se las cogen en la mente. Cuasi humanos que viven en el subsuelo, seres que viven esperando la hora pico.

Por eso al Metro casi no bajan mujeres con falda, menos si son modelos y/o primeras mandatarias de Francia. Aunque igual no se salvan y quienes las ven pasar no pueden evitar el tartamudeo y echar una que otra mirada lujuriosa.



Me gusta reventarme los tímpanos mientras camino, con la música a todo volumen dejo de escuchar al ambulante que me vende “el disco de moda” con las canciones de siempre, no oigo a la que arrastrándose me pide una méndiga moneda, ni al taquero que desesperado anuncia el 3 por 2.

No, no escucho al que desganado me ofrece uno de los 600 volantes que debe repartir, sólo oigo el beat cada vez más feroz y estridente de Daft Punk. Pero tendría también que cerrar los ojos –y andar así es muy complicado- para no mirar a esa señora hurgando en los botes de basura del Centro Histórico. Una señora bien vestida, nada de harapos.

“Es la crisis”, pienso.

El beat cesa. Se rompe mi burbuja. Se acerca un tipo y me dice “Soy filósofo”, su acento lo evidencia pero igual aclara, “Vengo de Cuba. Mira, tengo aquí tres joyas de la filosofía”. Me muestra sus libros.

Dice que llegó hace mes y medio y que la ha pasado muy mal. “Soy filósofo ¿sabes?, pero estoy en busca de la sopa, tengo mucha hambre”. Sólo tengo 4 pesos, se los doy. Desaparece con su negrura caribeña.

Sigo por las calles. Francisco I Madero me da vergüenza, Gante asco. Kentucky, McDonal’s, Sushi Roll, Starbucks, Subway, ninguno vende sopas. Pero ah cómo venden.

Y ah cómo gastamos. “Cuál crisis”, pienso. Hasta parece que todos somos ministros de la Corte. Quizá por eso los del PAN propusieron una reforma Light de la Ley de Salarios Máximos, como ven la manera absurda en la que el mexicano gasta, comprando hamburguesas descongeladas del Burguer en vez de preparar algo en casa y llevarlo, pues piensan todos ganamos los 300 mil pesos mensuales de los ministros de la Corte.
Recuerdo a Benedetti cuando dice “vergüenza tener frío / y arrimarse a la estufa como siempre / tener hambre y comer […] da vergüenza el confort / y el asma da vergüenza”.

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