junio 30, 2010

Monsi

La muerte de Monsiváis me impactó. No he leído ni uno de sus libros y sin embargo ese sábado 19 de junio mis ojos fueron dos charcos de mar. En realidad no supe a ciencia cierta el porqué de mi reacción, para mí Monsi era, fuera de su nombre, un desconocido. Sólo tenía claro dos cosas de él: era un amante de la Ciudad de México y siempre estaba del lado de los marginados. Eso me bastaba.

Hoy leo Proceso del 27 de junio y me encuentro con una sección de opinión monotemática, pero fabulosa y que se despliega ante mis ojos como la caja de pandora que fue de quien todos en esta edición de la revista escriben: Monsiváis. El primer texto, de Granados Chapa, me sorprende por la prosa del periodista que deja su rígido estilo y rigor empleados en Plaza Pública y se dedica, simplemente, a narrar, sin que esto merme la calidad periodística del trabajo. Chapa nos muestra una redacción de Excélsior, cuando lo dirigía Scherer, donde trabajó junto a Monsiváis y a veces se reunían con Ricardo Garibay. Tremenda estampa para un neonato habitante de las redacciones. Me deprime saber que eso ocurría cuando ellos frisaban mis 24 años de edad. Y me pregunto si alguien de mis contemporáneos podrá dejar un vacío tan grande cuando tengan 70, 80 años, Yo creo que no, me respondo a mí que me falta el rigor, la tenacidad, la paciencia, la capacidad de retención y de lectura de estos gigantes.

Del segundo texto, escrito por Axel Didriksson, rescato la promesa de un libro sobre movimientos sociales, cuyo recorrido de cien años termina en 2006 con el mega plantón. En su texto, Didriksson, sitúa a su amigo en su hábitat natural: lejos de los lujos y cerca de la calle, en específico dos sitios: su barrio de la colonia Portales, San Simón, y el emblemático Zócalo capitalino.

Sabina Berman tiene una pluma privilegiada con la cual nos explica a los que no sabemos que fue Monsiváis quien, en su crónica del terremoto del 85, No sin nosotros, forjó la palabra compuesta Sociedad Civil, dignificando y dándole mayor poder a lo que algunos llaman gente o pueblo. También Berman tiene unas líneas sobre Monsi que, ¡carajo!, qué bellas son: “Quería saberlo todo. Leerlo todo. Verlo todo. Analizarlo todo. Para luego escribirlo todo”. Una bofetada para todos los que creen leer mucho, para los que creemos escribir bien. Y nos sugiere, vía una anécdota, que Monsi le escribía los discursos López Obrador. El final de este excelente texto se los dejo como cereza en el pastel.

El último artículo sobre Monsiváis lo escribe Marta Lamas, donde en breve abre la venta de una faceta bien conocida pero poco explorada del escritor mexicano: su amor hacia los animales, hacia todos, no sólo a los gatos aunque sí más a ellos. Él estaba en contra de todas las injusticias, aun las que se cometían contra los animales, cuenta Lamas.

Todos los trabajos hablan del amigo, del amante de la ciudad y sus habitantes, de alguien que desde muy joven fue reconocido y obtuvo peso en los círculos intelectuales. Del Monsi que leía todo y escribía igual.

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