mayo 14, 2009

LOS INCIERTOS FANTASMAS DE LA INFLUENZA

Juanito es un niño de 10 años. Hijo de indígenas oaxaqueños. Como todos los días, camina por los restaurantes cercanos a la Alameda Central de Oaxaca en donde vende lienzos hechos en papel amate y pintura de acrílico, “cuestan 20 pesos” dice a los turistas y les canta a capella el tema La de la mochila azul.

En la ciudad de Oaxaca las tardes de mayo habitan atisbos de tranquilidad. Todo parece en orden. Hasta hace unos días la gente, cabal, usaba un cubre bocas como medida preventiva ante la alerta de la influenza humana. La capital permanecía a la expectativa; el pasado 13 de abril se había anunciado la muerte de una mujer a causa del virus atípico, y se sumaban para entonces 29 casos sospechosos en la entidad, motivo que causó pánico entre la población.

A más de dos semanas de la alerta sanitaria, se respira un dejo de serenidad. La normalidad se asoma de regreso a la capital. Turistas caminan por las calles principales. Comerciantes ambulantes montan nuevamente sus puestos. Del portón de la iglesia de Santo Domingo entra y sale gente después de verle sus misas interrumpidas y a sus santos olvidados. A unas cuadras, en el mercado Benito Juárez, el local de La abuela cocina las mejores tlayudas de la zona (platillo típico de Oaxaca). El lugar en su totalidad luce pletórico.

Juanito recorre las mesas del restaurante “El Importador” sosteniendo los vistosos pergaminos con sus manos. Su rostro luce inquietantes cicatrices por quemaduras; pero lo que más inquieta en él, es su salud. Estornuda, moquea, y con los ojos llorosos trabaja. Con su voz frágil me dice que no lo han llevado al doctor, “mis papás sólo me dicen que tengo que trabajar”.

Sin atención y sin las medidas de salud necesarias, Juanito ha pasado los días de epidemia trabajando. Sus padres nunca lo atendieron, nunca le informaron del uso del cubrebocas; pero así como él, tampoco los artesanos, indígenas, padres de familia, extranjeros, barrenderos, marimberos, taxistas, cómicos, oficinistas, comerciantes, oficiales, que se les ve pasar por el centro y regresar a sus labores cotidianas, portan la famosa tela preventiva. Los únicos que la usan son los meseros de restaurantes cercanos al Zócalo, que para entonces, pareciera formar parte de su uniforme de trabajo.


De la Influenza atípica los oaxaqueños prefieren mantenerse al margen de la incertidumbre. Antonio, comerciante que coloca su changarro de globos de helio frente a la parroquia, me comenta que los trabajadores ambulantes no vendieron nada en los últimos días de abril. “Apenas esta semana regresamos” me dice. Con el cubrebocas colgado del cuello, una mano en la nuca y otra en el bolsillo, comenta “a mi se me hace que esta enfermedad es un invento, es puro truco del gobierno. Ya no le creemos nada al gobernador” afirma.

Para el señor Antonio, la epidemia humana ha sido sólo una estrategia del gobierno. Para otros, duró tan sólo unos días y es momento de regresar a la normalidad. Habita el sospechosísimo. Y para niños como Juanito, nunca existió, porque no hubo nadie que le explicara la crisis sanitaria por la que comenzaba a pasar el país.

Ahora, al pequeño se le ve enfermo, quizá de un resfriado común, pero aún siendo la gripe más eventual, las repercusiones que a la larga pudieran traer en él, pudieran ser tan letales como la del virus atípico.

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El sol de mayo cubre con intensidad la capital oaxaqueña. Sus rayos distinguen los laureles de la India, el tule y el ahuehuete, árboles que pintan de verde las jardineras y el parque central de la Alameda. De la epidemia, en realidad, quedan pocos vestigios. En algunas ventanas cercanas al centro, se asoman letreros hechos con cartulina y plumón: “aquí tenemos tapa bocas”. La señora Rosy, vendedora de estos artículos que, recién comenzó la alerta sanitaria, fueron muy solicitados, “ahora nadie pide por ellos” comenta. Todavía la semana pasada se vendieron por lo menos 15. La gente ya no cree que continúe la enfermedad, se está confiando” afirma.

En la terminal de autobuses de la capital oaxaqueña se coloca desde hace unos días una camioneta de la Secretaría de Salud de Oaxaca (SSO) para ofrecer información sobre la influenza humana y atención médica gratuita a la gente. Regalan folletos y realizan chequeos generales a los viajeros. Quizá la influenza humana prefiera viajar en autobús, porque son pocas las zonas de la ciudad, en las que se ven vendavales de brigadas que atienden la prevención y atención de esta enfermedad.


Esta es la estampa que se dibuja en la capital oaxaqueña, gente que confía y otra tanta que prefiere dudar de lo que ve y de lo que se dice. Mientras tanto, Juanito sigue cantando, vendiendo y sonriendo la miseria de todo un pueblo, sumergido en tiempos difíciles, de crisis, conflictos y epidemias de resignación.

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